martes, noviembre 25, 2008

No hay fórmulas para matar a un hombre.

Para un sufrimiento cualquiera, el número de respuestas posibles es igual al tamaño de la muestra.
 


Hoy nos ponemos serios. La ocasión lo amerita dado el suceso del que me han dado noticia. No sé como te sientes, pero trato de entenderlo. Creo que podemos hablar de los dolores que no se quitan con analgésicos. Venga de ahí.

Parálisis, indiferencia, rabia, desolación, huir, negarlo... casi todos hemos enfrentado (o dejado de enfrentar) algún dolor de una , varias o una mezcla de esas formas.


A veces tendemos a simplificar idiotamente las cosas. A veces creemos que el sufrir es una cosa innecesaria y que debe ser evitada a toda costa. Otros identifican el absurdo de ver el sufrimiento como una forma de redimirse ante algo, o alguien, pero no ven el absurdo que es pretender ignorar la existencia del sufrimiento. Una cosa es que sepamos que no nos ganamos el cielo ni que el que sufre es necesariamente bueno y merece nuestra empatía y otra cosa muy distinta es que creamos que no sufrimos para nada.

Tarde o temprano llega el momento de enfrentarnos a el sufrimiento. Como cuando el peso de la cotidianeidad te ahoga, o te amenazan con despedirte de tu trabajo, o te descubres infeliz (como si uno se volviera infeliz de la noche a la mañana) o se pierde tu mascota peluchín, o presentas un problema crónico de salud y eres finalmente diagnosticado. Entendamos que casi cualquier anormalidad puede constituirse en un dolor. Sea cual sea el tamaño de éste, se presenta como algo súbito a los ojos de quien lo padece y se ve forzado a enfrentarlo (todo fue tan rápido, enfermó de la noche a la mañana, no dio tiempo de nada, cuando me di cuenta ya estaba metido hasta el culo).

El dolor puede ser indignidad, accidente, asesinato, traición, fracaso, aborto, amputación... you name it. Pero para ser dolor y provocar sufrimiento no necesita ser tan trágico ni tan demoledor. Para disparar nuestro sistema de respuesta y revelarnos tal cuales somos basta con muy poco (de nuevo, la cotidianeidad, la búsqueda de status, de aceptación, los fracasos emocionales, la disfuncionalidad en las relaciones interpersonales, la sensación de pérdida, el ocultar un vacío que nos negamos a aceptar, etc etc).

Estas formas de reaccionar y de enfrentar al sufrimiento son producto del aprendizaje puro: de lo que nos ha funcionado y lo que no. Que nos funcione no implica que sea la forma más sana y que no nos funcione no significa que sea la peor. Todo depende del grado de control que queramos creer que tenemos sobre nuestro propio sufrimiento, el cual es , por supuesto, junto con todo el conjunto de externalidades que asumimos como parte de nuestra identidad, una ilusión. La generalidad no elige sus respuestas, simplemente responde. Magis aguntur quam agunt. Como los animales.

¿Que si acaso el preferir un sufrimiento por otro no implica una decisión (eliges)? No lo niego, pero eso no te hace menos animal. Por supuesto que preferimos algunos dolores sobre otros. Sin embargo creer que siempre podremos elegir nuestro veneno no hace sino generar una vulnerabilidad aún mayor ante el impacto de lo súbito, de lo impostergable.

Les dejo esta ondita muy interesante acerca de las actitudes ante el sufrimiento, según Maza (no me lo discriminen nadamás los dickheads). Cada quien mire en su espejo, acaso:

 
 


·La amargura. Los que se amargan se vuelven malignos, odian, hieren, tienen rabia, se desesperan. Surge la desconfianza. Ya no confían, ya no esperan, ya no creen, ya no aman. En el fondo les queda el vacío.


·Una segunda actitud es la de aquellos que se deshacen ante el sufrimiento. Pierden la voluntad de vivir, la fuerza, la capacidad de actuar. Se invalidan, se aplanan, se vuelven indiferentes. Les invade el cansancio de vivir. Ya no les importa si vienen nuevos golpes, los esperan, cuentan con ellos. Ya no se alteran ni se interesan por nada. De todos modos, lo que venga ha de venir. No hay odio ni amargura. Eso implicaría que les queda fuerza, resistencia. Pero ya no tienen oposición ni asombro, sólo el miedo instintivo al nuevo golpe y a su vida que se deshace. Se protegen en la inactividad y soportan su martirio como si el sufrimiento tuviera la virtud de alargarse por sí mismo. Ni reaccionan por dentro ni reflexionan sobre el dolor.

Ni se vuelven mejores ni se vuelven peores, ni más grandes ni más pequeños. Simplemente se adormecen. Se les amortigua la luz. Mueren antes de morir. La apatía, por supuesto, no siempre es total. Ti e n e grados, según la persona. El sufrimiento no siempre tritura del todo. A veces sólo marchita. Dondequiera que hay dolor, hay gente que se quiebra y que se pasiviza.

·Otra forma de habérselas con el sufrimiento es huir de él, esconderlo donde no se vea, rodearse de murallas internas para que no hiera, caer en algún tipo de psicopatología que proteja la huida, que evite enfrentarse y luchar. El miedo a sufrir y la fuga.

·Una cuarta manera de responder al sufrimiento es la pequeñez. No es raro encontrar este efecto del dolor en el hombre. Se empequeñece y empieza a dar vueltas sobre sí mismo. Vive para su pena y se la impone a los demás. Lleva su corazón en una bandeja para llorar sobre él y despertar compasión y lástima. Se vuelve quisquilloso y mezquino. Exige ser el centro y pide ser mimado. Ya no emprende, ya no arriesga, por miedo de perder y de sufrir. Gira sobre su pequeñez y no tolera que los demás sean grandes. Condena el amor porque ya no lo tiene. Le molesta la alegría porque ya la perdió. Mide sus sufrimientos con los ajenos para probar que sufre más.

·Pero se da también la actitud opuesta a todas estas de los que crecen con el sufrimiento y aumentan su fuerza interior. Sufren como los demás, y se rebelan ante el dolor, pero finalmente no queda en ellos nada amargo, nada odioso, nada mezquino. Todo se reabsorbe en un nuevo impulso de vida. Su dolor engendró vida. Se enfrentan, se recuperan, maduran. Cuando se reacciona así ante el sufrimiento, se adquiere hondura, vigor, afán de vivir y de comprender. Se le abre una nueva visión de la vida, más honda, más comprensiva, más humilde y más auténtica. Adquiere un contacto más estrecho y más luminoso con el misterio de la vida y con el sufrimiento de los demás y engrandece las vidas que toca. El dolor se vuelve fuente de humanidad, de equilibrio y de sabiduría. El dolor es una puerta hacia algo más grande y más bello, un reto que impulsa a la superación. Así, por la vía práctica, se resuelve el enigma del sufrimiento. Ya no se pregunta por qué. Simplemente se lucha, se remedia y se eleva. Es la virtud del sufrimiento: arranca la máscara. Ante el dolor, cada hombre se revela como realmente es. El dolor lo desnuda y descubre sus profundidades. Permite penetrar en lo íntimo de las personas. Hace surgir nuevas posibilidades. Allí, cada uno da su medida y demuestra su calidad. El sufrimiento no permite esconder lo que uno es por dentro, los valores que vive, la clase de hombre que es. Por eso el sufrimiento es juez de los hombres. Su juicio es inevitable, porque es parte de la vida humana y revela lo que cada quien es, lo que ha hecho de sí mismo, lo que ha hecho de los demás. El sufrimiento nos hace la última pregunta sobre nosotros mismos. La respuesta es nuestra propia sentencia, como hombres y como sociedad. Las palabras del sufrimiento son siempre las últimas.


Me he hecho el firme propósito de recuperar volver a comprar ese libro.

Y decías que no te hacía caso, doctora.

Retazo de un borrador que no viene al caso:

"Se es mejor persona en la profunda libertad de conciencia y en la certera opción de vida que se asume". Pero de a de veras, no se quieran poner trajes que no les quedan. y si se quieren hacer pendejos solitos, allá ustedes y sus varitas mágicas.

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